lunes, 4 de mayo de 2020

Blanca Isaza Londoño (Blanca Isaza de Jaramillo Meza)


Nació en Abejorral, Antioquia, el 6 de enero de 1898, en el hogar del doctor Félix Isaza Arango y Carmen Rosa Londoño de Isaza. Vivió desde los tres años en Manizales ciudad en donde realizó sus estudios y a los 15 años escribió su primera poesía titulada El Río. Contrajo matrimonio con el poeta y escritor Juan Bautista Jaramillo Meza. Desde su juventud colaboró en los principales diarios y revistas del país y del continente. Dirigió con su esposo la Revista Manizales., fundada en 1940, órgano literario al servicio de la cultura colombiana. Escribió 16 libros de poesía, crónicas, cuentos, cuadros de costumbres y conferencias. Su obra poética está muy difundida por el continente. En 1951, con motivo de las fiestas centenarias de Manizales y por sugerencia de intelectuales y poetas antioqueños, ella y su esposo fueron coronados en ceremonia brillante. Colaboró en el libro Mujeres en Colombia en Manizales. Su obra literaria se ha difundido en el continente y los críticos de España y de América que han juzgado sus libros sitúan su nombre al lado de las grandes poetisas americanas como Juana de Ibarbourou, Delmira Agustini, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral. Murió el 13 de septiembre de 1967 a las 11:15, en el Hospital Universitario de Caldas, de un ataque cardíaco, y se celebraron sus exequias al día siguiente.
Juan Bautista Jaramillo Meza y Blanca Isaza

Premios
En 1961 recibió la medalla al Mérito Periodístico del Departamento de Caldas.

Publicaciones
Selva Florida (poesía 1917)
Los cuentos de la Montaña (1926)
La Antigua Canción (prosa y verso 1935);
Claridad (poesía 1945)
Del lejano Ayer (prosa 1951)
Preludio de invierno (poesía 1954)
Itinerarios Breves (siete volúmenes de crónicas diversas)
Al margen de las Horas (prosa).

«En los escritos de esta autora se hace sentir el viento renovador del modernismo y de otras tendencias más actuales. Apegada a la tierra, a lo tradicional, Blanca Isaza dejó una obra menos erudita y menos revolucionaria que la de contemporáneos más importantes, pero sus mejores poemas aún conservan cierta frescura ingenua y popular...», dice Eddy Torres en su Poesía de autoras colombianas (1975).
Y Rafael Lema Echeverri en |Caldas en la poesía (1970): «Gran poetisa colombiana.., vive en Caldas desde la edad de tres años... De manera que toda su vida de escritora y poetisa tiene, por ello, el sello de la comarca... No se sabe qué es más bello en doña Blanca: si su prosa o su verso. Porque su prosa como su
verso son poesía tierna, poesía limpia, poesía pura».




Cuentos a Aída

¿Recuerdas? Cada noche yo te contaba un cuento
fantástico, lunático, con hadas y dragones,
con princesas cautivas en sordos torreones,
con voces inventadas de mar y nube y viento.


En mi voz encontraban su disímil acento
todos los personajes: asordinados sones
de pastoral las hadas, y crueles vozarrones
los monstruos que temías ver por el aposento.


Hoy ríes de ti misma por haberme creído
las pueriles leyendas, y por haber sufrido
con esas aventuras del oso y del tití;



pero yo de tu fresca risa me desentiendo
para que no comprendas que he seguido creyendo
en las dulces mentiras que inventé para ti.





CANTO A ANTIOQUIA





Qué grato es evocar en el otoño,
con el humilde corazón en fie!ta,
el paisaje de rosas y laureles
de la Antioquia materna.

Qué música en sus ríos,
qué fragancia en los pinos de la sierra.

De la soberbia cima platinada
que fuego y oro entre su entraña lleva
y es mirador augusto de la patria
que el ala de los cóndores orea,
miro al valle feliz que prende al hombro
de su capa torera
broches de gualandayes y pompones
fúlgidos de libélulas,
al valle promisor donde fue fácil
que la planta de Dios se detuviera.

Si fue fulgor nostálgico en mi canto
el recuerdo amoroso de mi tierra.
Voy hasta el corazón iluminado
de la ciudad que encierra
la ilusionada clave del futuro,
de la que en justa síntesis serena
alza sobre sus fábricas ruidosas
del arte la bandera;
pueblo, crisol de amor en que se funde
con oro d.e emoción y de belleza,
con bronce de altivez y de trabajo
el molde austero de una raza nueva.

Desde la infancia azul traje en el alma
como un floral esquema
desdibujado en nácar y cobalto
el alegre paisaje de mi tierra;
la gracia primordial de la mañana
niña que se entretiene por los sierras
abriendo en el verano
su millón de sombrillas japonesas,
que pespunta con hilos de topacio
el vuelo musical de las abejas;
y me traje las tardes
de sandalia violeta
que vuelcan en la paz de las colinas
sus ilusorias cestas
de ópalos, colmadas
de bugambiles y de veraneras;
y no olvidé las noches
fragantes de pomares,
randadas de luciérnagas,
noches propicias al cantar y al. puro
vuelo de las ideas ..

Qué renovada luz en los paisajes •
de Espigas y di! robles de mi tierra.
Ah, Medellin, ciudad que en abol]do
y castellano ge.:;to de nobleza
e3cucha entre el vibrar de los motores
la frágil melodía del poema;
rica ciudad del oro y de la industria
que en medio a su titánica tarea
corta en jardines de emoción las rosas
para ceñir la sien de sus poetas,
y prende al caduceo de Mercurio
las alas de cristal de la quimera.

Te labraron en piedra y en espíritu,
ciudad blanca de América.
Canaán de la raza, ennoblecida
por la fe y el amor, hidalga tierra
que por seguir la lírica consigna
del hijo del dolor y la belleza,
el dulce ruiseñor alucinado,
el hierr0 invicto entre las manos lleva
con donairoso gesto,
porque a su cuello de titán le pesa.
Juntas al brazo vencedor de Esparta
el armonioso corazón de Atenas.

Retoco con pinceles de recuerdo
la estampa pintoresca
de mi nativo pueblo; las colinas
que vestía en azul la primavera
con sus olanes claros, los jardines
que ardían en un fuego de camelias,
los huertos providentes,
los toches de azabache y de candela,
el viento que pasaba
cantando sus maitines en las eras,
la iglesia que entre un vuelo de palomas
destacaba su torre plateresca,
la ingenua serenata que gemía
nostálgicos pesares en la reja,
la paz llena de risas

de la antigua casona solariega 
y en su morena gracia castellana
esa amorosa imagen de la abuela,
que pasó por mis años infantiles
blancos el corazón y la cabeza.

Tierra donde afianzaron mis mayores
su estirpe de cristianos y poetas.

De la ciudad qüe un símbolo fraterno
en el escudo nobiliario lleva,
y a cuya sombra tutelar mi mano
fijó en amor la lona de la tienda
y cosechó con desvelado empeño
dolor de espino y gozo de reseda,
yo te saludo, Antioquia,
en la gracia floral de tus mujeres,
sulamitas morenas
que copiaron la euritmia de su paso
al rítmico vaivén de tus palmeras;
que llevan en sus labios
la dulzura inicial de las colmenas
y en las hondas pupilas el embrujo
de tus noches de música y estrellas.

Y o te saludo, Antioquia, en el orgullo
de tu raza procera
y de tus tradiciones de heroísmo
y del verbo augural de tus poetas;
te saludo en tus ríos y en tus cumbres
que florece de nardos la neblina,
en el bosque de piedra
que forma la orgullosa arquitectura
de tus alegres fábricas modernas,
en el agro fecundo,
en la idílica paz de tus aldeas,
en tus varones de prestancia criolla
y en tu sabor arcaico de leyendas.

En el léxico puro del carmo
la voz de gratitud que tradujera
lo que mi alma siente
humilde el labio en su emoción no encuentra.

Pasa por mis jardines otoñales
un aire de palomas y violetas.
Si ya de nueva claridad ungido
en el rito de gloria de mi tierra,
hasta el límite blanco del inviemo

irá mi corazón en primavera. 


CANTO A MANIZALES

Qué bien que te fundaron los abuelos,
esos hidalgos de ascendencia vasca
que de acero y de lino .parecía
que tuvieran el alma,
humilde y fraternal como la espiga
y dura como el hierro de la lanza.

Qué bien que te fundaron los abuelos
de frente al porvenir, abierta y clara.

Desde la Antioquia maternal vinieron
a la conquista de la selva brava;
nobles aventureros que traían
en la homérica hazaña,
la fe en el corazón y el brazo fuerte
tendido al sol, que sólo manejaron
como invencibles armas
a lo largo del bosque de la vida
el rosario y el hacha.

Qué bien que te fundaron en la cumbre
ciudad iluminada.

No sé si te dejaron extendida
del Ande en la soberbia escalinata
como un manto andaluz, o si galantes
te prendieron igual que una medalla
al traje esmeraldino
del viejo abuelo de peluca blanca.

Pero se ven más claros los luceros
desde tu altura, mi ciudad amada.

Los creyentes hidalgos campesinos
te fundaron tan alta
para que se pudiera contemplar
de todos los confines de la patria;
encima de tus cúpulas altivas
sólo el vuelo del ala platinada
que vence las tormentas
o el vuelo de las águilas.

Qué resplandor de nácar damasquina
tu concha de montañas.

Si en titánico empeño has dominado
esta geografía dislocada
de abismos y vertientes,
de riscos y hondonadas,
es porque en ti afianzaron los abuelos
el indomable orgullo de la raza.

Joven ciudad ilustre
sobre el pavés de la ambición alzada.

Eres cordial y buena como el trigo;
limpia de pequeñez como la espada
con que Rodrigo de Vivar un día
cruzó por la leyenda castellana;
henchida de promesas como el oro
que es rubia sangre de tu oscura entraña,
docta como Minerva,
ligera y juvenil como Atalanta.

Ah, mi ciudad, que al hierro y al cemento
mezclas la rosa y la canción y el ala.

No sé si es más hermosa
tu estructura severa
al resplandor de la celeste fragua
en que el ocaso quema
el añil y la púrpura y el gualda,
o cuando tus jardines son alfombras
tejidos de claveles
para el pie de jazmín de la mañana
que cubre con sus chales sevillanos
los hombros de las cumbres niqueladas.

Ciudad de los paisajes que se quedan
hechos luz de recuerdos en el alma.

Cómo olvidar un día,
cuando con sus banderas desplegadas
llegaron las legiones del estrago
bajo la noche aciaga.

Y al avance anarquista
del fuego, en tu dolor purificada,
eras vívida antorcha de martirio
entre la sombra trágica.

Fuiste entre el esplendor de tus aleares
un nuevo alcor de llamas.

En cárdeno oleaje eras un débil
barco que naufragaba,
un cinturón candente de rubíes
ceñido al talle azul de la montaña;
desde tus torres góticas
vasto clamor alzaban
en medio a la locura del incendio,
-bronce y oro y angustia- tus campanas.

Qué resplandor siniestro el que tenía
en tus columnas mútilas el alba.

Ante el flagelo de la dinamita
toda indefensa de pavor temblabas;
contra el cielo de cobre parecías
como un bosque de encinas escarlata,
una fúlgida selva sacudida
bajo implacable racha,
por los salvajes potros del espanto
en un galope bárbaro cruzada.

No en vano te fundaron en la altura
de frente al porvenir y a la esperanza.

Fiel a los postulados de heroísmo
de las gloriosas épocas pasadas,
la tradición ilustre del derecho
has mantenido intacta.

Ah, mi ciudad, que has sido
soñadora y gallarda,
lista a prender la rosa del romance
sobre la empuñadura de la espada.

Qué bien que presintieron los abuelos
el noble escudo de tu puerta franca.

Moderna, deportista y jubilosa,
en piedra, en sueño y en virtud labrada,
para la sien de los atletas cortas
en tus jardines las esquivas palmas.

A la cálida arena del estadio,
cual un trofeo tu entusiasmo lanzas;
como a la antigua Atenas, te saludan
los héroes de la olímpica jornada.

Por algo te fundaron los abuelos
en donde el viento de las cumbres canta.

Tienen nórdico encanto tus paisajes
cuando la niebla pasa
posando en el frescor de tus colinas
su ligera sandalia;
y en el júbilo ardiente del verano
eres floral y pintoresca y grata
y luces capelinas de geranios
y mantones de sedas estampadas.

Ah, mi ciudad, que viste
blanco y azul como las colegialas.

Compartes el dolor de los vencidos;
a los que en las inhóspitas barriadas
en el silencio apuran su miseria
como un áspero jugo de retamas,
en discreto ademán tiendes la mano
que la piedad exalta,
y floreces de lirios los zarzales
tal como en la parábola cristiana.

Qué bien que te acendraste en la dulzura
eterna del Sermón de la montaña.

Es tuyo el porvenir: el Arte escuda
tu historia de martirio jalonada
y acompasa la música del verso
al acerado ritmo de tus fábricas.

Tuyo es el triunfo y tuyos los caminos
nuevos y luminosos del mañana,
crisol en que se funden los metales
insignes de la raza.

En el rizado mar de las colinas,
nave en reposo te quedaste anclada.

Se llevaron tu imagen los abuelos
lo mismo en las pupilas que en el alma.



TU Y YO

Juntos miramos el invierno, y llega
de este paisaje en blanco una dulzura
que nos recuerda la inicial ternura
con que al ensueño el corazón se entrega.

Aunque la tarde a la distancia pliega
sus abanicos de fulgor, perdura
la luz en nuestras vidas, y madura
está la mies para la augusta siega.

Fuimos al arte y la belleza fieles,
cosechamos espinas y laureles
en el azar de la jornada intensa.

La muerte apenas separarnos puede
y qué congoja sentirá el que quede
solo en el borde de la noche inmensa!



EMOCIÓN MATINAL

Hay una luz cordial y un aire fino
que tienden una gasa luminosa
sobre el paisaje dibujado en rosa,
y en cobre ardiente y en azul marino.

En el amplio horizonte cristalino,
niña descalza, la mañana posa
los leves pies de nardo, en la gozosa
estampa pastoral de un gobelino.

Cual la mínima gota de rocío
copia todo el jardín en miniatura,
quiere copiar el pensamiento mío

este sol, este valle, esta armonía
y esta lírica savia de dulzura
que nutre el árbol de la poesía.



ATARDECER

Tiene la hora el amoroso encanto
de un poemario de Ronsard; parece
que la tarde estival que palidece
deja olvidado en el palmar su manto.

Hora propicia a la elación del canto;
un viento suave los pinares mece
y a lo lejos la luz se desvanece
en una perspectiva de amaranto.

Ante el postrer fulgor evanescente
en humildad mi corazón presiente
que se aproxima el tiempo de la siega.

Se va la claridad de mi sendero,
pero el milagro del primer lucero
al horizonte y a mi vida llega.



LOS GUALANDAYES

Con estos gualandayes florecidos
parece arder el aire; una dulzura
elemental aflora la ternura
reminiscente de los tiempos idos.

En lila y en azul desvanecidos
es cual si navegaran en la altura
claros veleros de trivial hechura
por infantiles manos conducidos.

De la palmera el musical desgonce
le da a la móvil lámina de bronce
del lento río, una ilusión de encaje.

Alzan los gualandayes su bandera
y es como si la tarde estableciera
su cuartel general en el paisaje.



FUENTES:




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